Ayer me caí en la calle y me rompí una costilla. Tengo poco instinto de supervivencia; otra hubiera puesto las manos para paliar el golpe. Yo no, yo caigo de barriga. Como quien se tira a la piscina.
El caso es que en vez de viajar a Texas al congreso anual de la AATSP y dar una charla sobre literatura después de la Web, me he quedado en casa sintiéndome medio aliviada como el niño que se escaquea de ir a clase, medio castigada en arresto domiciliario. Vuelo mañana de todos modos, la charla la daremos, a pesar de las magulladuras.
He aprovechado para leer Yo, precario, de Javier López Menacho, y no sé bien qué pensar. Me ha entretenido al punto de olvidar mis huesos rotos, me ha recordado un pelín a Hilo musical de Miqui Otero (quizás porque los dos se visten de mascotas y las mascotas a mí me dan miedo), y de vez en cuando se me ha escapado la sonrisa. A veces incluso una carcajada de esas que hacen que el tienes al lado mire disimuladamente por encima del hombro como el que también quiere reírse pero no quiere admitir que se siente excluido.
Yo, precario es un libro amable sobre un tema que evidentemente no lo es, y en eso radica su fuerza y su valía, pienso. Es amable, sin volver la crisis ni la situación laboral de su protagonsita amable, pero está lleno de esperanza hacia aquél que lucha precariamente por subsistir sin dejar de perder eso, el ser amable. Aunque no estoy segura de si eso es suficiente hoy en día. A lo mejor es sólo que me duele mucho la costilla.
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