Tocar las cosas. Sobre Crónica de viaje de J. Carrión

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Carrión, Jorge. Crónica de viaje, 2009-2014

Yo soy muy de tocar las cosas. Mi madre siempre me ha dicho que soy muy tocona y recuerdo a los mayores diciéndome aquello de “no necesitas las manos para ver”, “mirar no es tocar”, y aquel repetido etcétera contra lo táctil, da igual que se tratara de un enchufe, del vidrio de la ventana, o de un desconocido. Hoy, afortunadamente, los amigos se quejan menos.

Sin entrar en pesadeces fetichistas sobre el olor de los libros —que jamás entenderé ¿cómo va a oler mejor la lignina que la lavanda o el beicon?— es cierto que me gusta tocar también los libros, que son objetos bonitos, que a veces ni los leo; los miro, los toco y tan a gusto. ¿Cómo era eso de don’t judge a book by its cover? Pues sí, pues eso, porque esa cubierta es parte de un cuerpo y hay libros, que si son verdaderamente libros y no sólo textos (al loro con esta afirmación, me van a echar a los perros) no pueden vivir fuera de sus cuerpos. ¿Cómo así? Me explico.

Hace unos años, cuando estaba escribiendo la tesis doctoral, leí no sé qué sobre un misterioso libro llamado Crónica de viaje de un tal Jorge Carrión. Yo de éste había leído “Búsquedas (para un viaje futuro a Andalucía)” en la antología de Ferré y Ortega, Mutantes: Narrativa española de última generación. Se suponía que estas “Búsquedas” habían sido apuntes para la otra Crónica, pero de este libro no se sabía nada. No estaba por ninguna parte, me dijeron que tenían una copia en la Pompeu Fabra pero que alguien la había robado, y finalmente acabé consiguiendo unas páginas escaneadas que me enviaron por email desde una universidad en la Costa Este en formato PDF. Meses después me llegó el libro prestado desde otra universidad norteamericana. Un año después, en San Diego, conseguí por fin el número 17 de 125. El objeto. El mío. El 17. Un cuaderno de dibujo de tapas negras. De páginas gruesas, como para pintar con carboncillo. En cuanto toqué aquel Crónica de viaje noté enseguida que se trataba, sobre todo, de un libro blando.

De aquellas “Búsquedas” quedaba poco, una relación intertextual si acaso. Crónica de viaje era otra cosa. Otro libro. Y aquel 17 era otro objeto casi independiente. Escribí un capítulo de la tesis. Di un par de conferencias. Seguí tocando mi libro blando y metiéndolo con cuidado en la mochila para que los bordes no se doblasen, bien resguardado entre mi espalda y, evidentemente, el ordenador portátil.

Ayer por la tarde me llegó otra Crónica de viaje al buzón del despacho, también de Jorge Carrión. Es como mi 17 pero es otra cosa. Y lo digo en todos los sentidos con los que se pueda interpretar eso de “ser otra cosa”. Se siente diferente, se mira distinto —y no, y no que importe tampoco, pero nada tiene que ver con el olor del 17. La cubierta ya no es negra como un monitor de PC, sino que es plateada como un MacBook Air. Como si los libros, cual portátil de Apple, tuvieran una vida limitada de tres a cinco años. Y ahora el texto de Carrión tiene otro cuerpo. Lo reconozco, veo mi 17 por ahí, pero como pasa con cada objeto —los producidos masivamente también, claro—, cada copia es única y ninguna es la misma. ¡Y qué decir cuando se trata de dos objetos completamente distintos!

Esta crónica ocupa otro espacio. De nuevo, digo espacio en todos los sentidos que pueda tener ese “ocupar otro espacio”. Si mi Crónica emergía “a medio camino entre la obra digital más innovadora y el tradicional códice impreso” (como dice en esta Crónica que digo) esta nueva Crónica reincide en eso, y hace más. La tensión que en 2009 se establecía entre Google —y nuestro acceso a él a través de su interfaz de parque temático (Carrión dixit)— y la narrativa tradicional —y nuestro acceso a ella a través de la página y el libro—, ahora esa tensión parece extenderse al cuerpo total de ambos. Crónica de viaje en 2014 no refleja las pantallas de Google en páginas de papel, sino que dialoga con ese otro cuerpo más amplio, el del ordenador portátil que acoge la pantalla donde se traduce visualmente el buscador como interfaz. Crónica de viaje en 2014 es más. Reconozco mi 17, pero aquí hay más. Se me ocurre que podríamos hablar acaso de una actualización de software, pero claro, de un programa que al actualizarlo hiciera que al ordenador le creciera una oreja, por ejemplo. El texto en sí —¿qué es eso?— quizás no haya cambiado tanto, pero Crónica ahora incluye un teclado, cuyas letras van apareciendo según avanzamos la lectura, y nos obliga a rotar el libro, a abrirlo como si precisamente no fuera eso, sino el objeto que imita: el ordenador portátil.

Carrión, Jorge. Crónica de viaje. Aristas Martínez, 2014
Carrión, Jorge. Crónica de viaje. Aristas Martínez, 2014

Pero esto no es un ordenador y sus páginas no son pantallas. Crónica de viaje en 2014 no muta, como tampoco lo hacía mi ejemplar 17. Y como aquel, tampoco sé lo que es éste todavía. Un remake, quizás. Definitivamente no un ordenador, pero quizás tampoco sea sólo un libro.

Presionas las teclas y nada cambia. Es otra cosa. Y yo soy muy de tocar las cosas.

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