Could a Podcast Be Considered E-Lit?

My friend Nico asked me an interesting thing this morning that made my brain hurt:

On Nov 7, 2014, at 7:46 AM, Nicoletta — <@gmail.com> wrote:

when the other day you explained what you consider digital literature, would you consider audiobooks a form of digital literature? if they have to be listened from digital media (especially now, that they don’t get published in tapes, but only as files or CDs, and people mostly use ipods or their computers to listen to them)?

—-

So I replied:

Begin forwarded message:

From: Alex Saum-Pascual <@gmail.com>
Subject: Re: question
Date: November 7, 2014 at 8:05:10 AM PST
To: Nicoletta — <@gmail.com>

Not generally, but it depends. If the work is a performance (something that was written to be read out loud like a play or a spoken word performance) I would consider them just that, a play or a performance in the traditional sense. Not electronic, but maybe literary. The fact that they are distributed or recorded as a digital file rather than magnetic tape is irrelevant, the product and the experience are the same. The question here is if you consider the listening to a reading of a book the same thing as the reading of a book—which I don’t since they imply different semiotic channels, skills, and means of constructing meaning.

Now then, if you think that listening is also a way of experiencing literature that builds upon a genre of “audio literature,” and if there is something about that audio performance that points towards its digital conception (let’s say, a way of interacting with it via voice or movement or if the sound uses poetically some digital features that would not be possible other way) then maybe.

However (and this is why I would not generally think an audio book to be a form of electronic literature), the fact that a piece of literature is read out loud and then recorded affects the acts of reading, speaking and recording but not the piece of literature (the text) in itself, so I would not particularly consider that original piece electronic—unless, as I said, you define the work of literature as a larger system (beyond the text) that takes into consideration the act of reading as part of the literary  experience, and (in the case of e-lit) enhances the reading in some way beyond the text with the aid of digital technologies.

In this case, nonetheless, when considering a work of literature that encompasses the performative acts of reading and speaking as complimentary to the text but part of a larger experience, I think I would favor talking about digital performance, media art installation, or something like that, rather than literature.

I hope this helps! xoxo

And now I wonder then about the limits of reading as an experience, as all reading essentially happens in the combination of the visual interpretation of the sings and within the realm of sound (even if mental) but of the self, rather than listening to some other voice interpreting the symbols for you. But what if that interpreting mechanism is a machine? in the sense that all electronic text is interpreted by a graphical interface for us to see recognizable graphemes that we then read as letters and sound that lead to meaning. And what happens when we make our computers read to us? What happens to the text? where is the text? where is it? and what’s up with the literariness of it all?

As I said, my morning brain hurts. This type of questions should wait to be posed till after 9am at least.

Sobre esas cosas que se escuchan en los congresos, o sobre la influencia literaria

Este fin de semana pasado volví a Riverside para presidir la sesión dedicada a la literatura peninsular española del congreso anual de PAMLA. Una mesa maravillosa donde discutimos sobre cuestiones relacionadas con la influencia literaria y su evolución a lo largo de los siglos XIX, XX y XI.

Según el programa (que claro, a mí me gusta porque lo elegí yo):

pamla
Daniel Brown habló de los deseos y dificultades de los escritores españoles del XIX para definir su realismo sin recurrir a modelos franceses, algo que evidentemente a mí me resulta imposible de comprender. ¿Cómo pensar el naturalismo o el realismo español sin oponerlo a los modelos anteriores o coetáneos europeos? Imposible, de ahí que empezaran a negociarse las influencias. Si escapar del modelo es imposible porque su rechazo o admiración es la razón de ser del nuevo género, lo único que nos quedaría sería analizar la postura desde la que se hace el rechazo o el homenaje. Y, oye, esto me parece muy bien, porque analizar posturas no me parece poco.


Algo de rechazo y algo de homenaje tendría la versión novelada de la biografía de Teresa Mancha, la musa de Espronceda, que escribió Rosa Chacel a principios del siglo XX. Comisionada por Ortega y Gasset, esta biografía busca encontrar la pista de aquella mujer que todos recordamos por el canto que le hizo el poeta. Poco se sabe de ella, mas que tenía unos pies muy pequeñitos, nos dijo Nino Kebadze, y Chacel se encargó de construir una nueva versión de aquella mujer atrapada en la versión poética que la hizo célebre y desconocida para todos. ¿Cómo contar una biografía sin datos del biografiado? ¿Cómo contarla desde la memoria histórica cuando lo único que tenemos es la ficción poética? ¿Cómo pensar la responsabilidad literaria de la que ahora cuenta frente a aquello que fue contado?


Finalmente, Jen Pretak, nos habló de la obra El hacedor (de Borges), Remake de Agustín Fernández Mallo, trayendo debates similares acerca de la influencia, la intertextualidad, y la responsabilidad al siglo XXI. Si bien me gustaría matizar que la obra de Fernández Mallo nunca fue acusada de plagio, es cierto que la técnica literaria que aplica–aquella de la obra que se deriva de otra tomándola como modelo sobre el que hacer variaciones–causó polémica suficiente como para retirarla del mercado. Jen nos habló de la legislación vigente en cuanto a los derechos de autor y sus herederos para explicar cómo esta estructura económica sirve para mantener y reforzar un cierto estado cultural y productivo basado en la perpetuación de una figura autoritaria (en tanto que “autorial”) que tiene poco sentido hoy en día.



Y cierto es que tiene poco sentido hoy. Pero lo que quedó claro después de escuchar a estos tres panelistas es que tampoco lo ha tenido nunca. O eso creo yo, claro.

A

Hispanic Legacies: Una muestra de literatura electrónica

 Comparto aquí el post que escribí para el Día de las Humanidades Digitales 2014

En este día de celebración de las Humanidades Digitales, tengo el gran gusto de hablar de un proyecto de literatura electrónica que nos traemos entre manos en la Universidad de California, Berkeley, la exposición de literatura electrónica Hispanic Legacies in Electronic Literature: The Trace of Experimental Writing in Spain and Latin America,  que tendrá lugar en 2016.

Comisariada por Élika Ortega y por mí misma, Alex Saum-Pascual, con la ayuda de mis doctorandos en UC Berkeley, la muestra es parte de un proyecto amplio que estrechará los lazos de UC Berkeley con la UNAM y la Universidad de Barcelona—y con sus respectivas exposiciones proyectadas para 2015. Nuestro proyecto, Hispanic Legacies, surgió a colación del curso “Electronic Literature: Research and Practice” impartido en DHSI este verano por los miembros del comité ejecutivo de la Electronic Literature Organization: Dene Grigar, Sandy Baldwin, Davin Heckman y Margie Luesebrink.

Élika Ortega, Dene Grigar, Alex Saum-Pascual

Si bien DHSI lleva años impartiendo clases relacionadas con la práctica de las humanidades digitales, éste fue el primer verano en el que se cubrió un curso que abarcara este campo literario, dejando claro, por un lado, la comunión lógica entre las HD y la literatura electrónica—pues ¿qué sería más digital y más humanístico que la experimentación y el saber literarios creados desde la computación electrónica?—y el tímido acercamiento al campo desde la práctica propia de las HD, por otro.

Pensando en la literatura electrónica en sí, y a pesar de las valiosas iniciativas e importantes esfuerzos por recoger, analizar y clasificar los distintos géneros y obras llevados a cabo tanto en la península ibérica como en América Latina, su estudio continúa ocupando un lugar bastante marginal dentro de lo que clasificaríamos como estudios literarios. Las dificultades para teorizar y explorar los ejemplos multimedia de una literatura que combina géneros, códigos, y gran cantidad de expresiones semióticas, hacen que el acercamiento académico desde metodologías solamente textuales sea insuficiente. Lo mismo podríamos decir si recurriésemos exclusivamente a teoría de estudios de medios o a las bellas artes, siendo la literatura electrónica un modo (me parece que debemos clasificarla así, más allá del género, pues dentro de la misma encontramos multitud de tipos literarios) intrínsecamente interdisciplinar. Por ello, el ámbito multidisciplinar de las Humanidades Digitales parece ser el lugar idóneo desde el que aproximarse a los textos electrónicos—híbridos, mutantes y multifacéticos—proponiendo estudios que tanto analicen esta literatura como una manifestación creativa de las humanidades digitales, como que empleen un análisis literario desde la perspectiva interdisciplinar de las mismas.

Por otro lado, y aunque es cierto que hay estudios provenientes de los países de habla hispana y portuguesa que analizan ejemplos de literatura electrónica en español y portugués, y habiendo sido reconocida la influencia del trabajo de escritores iberoamericanos como Jorge Luis Borges, Octavio Paz o Haroldo de Campos en la experimentación electrónica, es todavía poco el trabajo que explore en profundidad estas relaciones. Y es precisamente aquí dónde encontramos la génesis y razón de ser de nuestra muestra de literatura electrónica que tendrá lugar en Berkeley en 2016.

El objetivo de Hispanic Legacies es, por tanto, el de proponer y enfatizar el estudio de literatura electrónica como producción artística y literaria experimental que tiene en sus cimientos muchas de las obras literarias más revolucionarias producidas en América Latina y España. Para esto, lo que proponemos es ofrecer una visión evolutiva de la literatura electrónica que reposicione el lugar de obras en español o portugués como influencias necesarias en la práctica digital; una especie de historia alternativa al modelo anglosajón que suele ser el referente para estos estudios—en especial, evidentemente, en la academia norteamericana de la que nosotras procedemos.

Sin embargo, y pensando en que la influencia no es lineal sino multifacética y multimodal—pues hablamos de legados de diferentes carices semióticos—la muestra implícitamente reconoce la necesidad del estudio de este tipo de literatura desde el potencial conjunto de las Humanidades Digitales, como he dicho anteriormente. La literatura electrónica es un campo en expansión, no cabe duda, y esperamos que esta exposición, junto a las demás que se llevarán a cabo en Barcelona y México,  ilumine y apunte hacia las múltiples posibilidades que su estudio ofrece dentro del contexto de las HD en español o portugués desde América Latina, la península ibérica y la academia norteamericana, por supuesto.

Passaic, Google, and Agustín Fernández Mallo’s Bird’s-Eye View

Fall semesters are tough.

However, there are things one can do to make them a bit more enjoyable. Like teaching things one really loves, such as the short story “Mutaciones” by Spanish writer, Agustín Fernández Mallo, included in the now sadly disappeared El hacedor (de Borges), Remake.

“Mutaciones” is a three part story based on Borges’ shorter story (almost poem) “Mutaciones,” about the inevitable change that objects and symbols suffer through time:

Cruz, lazo y flecha, viejos utensilios del hombre, hoy rebajados o elevados a símbolos; no sé por qué me maravillan, cuando no hay en la tierra una sola cosa que el olvido no borre o que la memoria no altere y cuando nadie sabe en qué imágenes lo traducirá el porvenir (Borges “Mutaciones”)

Part I of Fernández Mallo’s story, “Un recorrido por los monumentos de Passaic 2009,” elaborates on this concept, describing a reenactment of Robert Smithson‘s journey through the city of Passaic, New Jersey. Smithson’s 1967 photographs of the so-called “Monuments of Passaic” elevated the concept of urban architecture and its ruins to a poetic level, rethinking the nature of art in a spirit close to Debord and Wolman’s dérives and détournements. Half a century later, Fernández Mallo, in what he renames “viaje psicoGooglegráfico” (“Mutaciones” 76) pushes our understanding of traditional objects through a recontextualization of contemporary technologies of travel and mechanical memory. Fernández Mallo’s narrator visits Passaic without ever leaving his living room, exploring the changes in space and time through the bird’s-eye view of Google Earth and Maps.

Imposing, or maybe catalyzing, the traveler’s subjectivity through the machine perspective of Google’s satellites, the writer cleverly exposes the multiple transformations of historical symbols and meaning. From the absolute exterior projection of contextual interpretation, the ontology of all photographed objects and monuments is challenged and exposed in its true mutating essence. Flattened by screen shots, highly pixelated, the reality captured by Fernández Mallo’s text is constructed with a paradoxically complex texture. The gaze of the writer is combined with that of the reader and Google’s machines, emphasizing the sort of cyborg subjectivity we take on when exploring the world through Internet browsers. In “Mutaciones” a new reconceptualization of the world itself arises.

Thinking about the illuminating poetics of this peculiar use of Google made me remember Manuel Portela’s spoken word performance on Google Earth, also a work about the world as a representation of itself (from a parodied capitalist perspective) and the video The Wilderness Downtown directed by Chris Milk featuring Arcade Fire’s “We Used to Wait,” an interactive film that superimposes the viewer’s memories to those created by Google Earth and the melancholic imaginary of the Canadian indie rock band. We watched this video in class, and we commented on the eeriness of seeing your past told by machine banks of memory, and the powerful effect of locating personal memories in photographed maps.

Cross, rope, and arrow. Urban monuments, personal memories and maps, reduced or elevated to symbols recorded in the electric mind of the machine. Tricky, but definitely a cool class that got me thinking.

Works

Borges, Jorge Luis. “Mutaciones” El hacedor. 1960. Madrid: Alianza Editorial, 2003

Fernández Mallo, Agustín. “Mutaciones” El hacedor (de Borges), Remake. Madrid: Alfaguara, 2011

Milk, Chris, dir.  The Wilderness Downtown. Interactive Multimedia Film. 2011. Web. 10 Oct 2014

Portela, Manuela. “Google Earth: A Poem for Voice and Internet” Spoken Word Performance. 24 Sept 2012. Web. 10 Oct. 2014

Situationist International: Anthology. Ken Knabb Ed. Berkeley: Bureau of Public Secrets, 1981

Fall 2014

Today.  August still.
Class starts tomorrow.
End of summer. Fall
Begins.

And I am teaching two undergraduate courses on different, yet deeply interconnected topics.

And I feel fortunate because I get to experience the connection firsthand, make the connection happen.

At 9:30 am, UC Berkeley students and I will be exploring the broad cultural production of the Spanish transition to democracy after the death of dictator Francisco Franco in 1975. Apart from reading now canonized works like El cuarto de atrás by Carmen Martín Gaite, we will be watching Zulueta’s Arrebato and reading Leopoldo María Panero’s 1970-1985 poetry. We’ll listen to Kaka de Luxe and we will compare Haro Ibar’s poetry to García Montero’s Diario cómplice, among many other texts, music, and films. I can’t believe I actually get to listen to Glutamato Ye-Yé and call it work (which it is, and hard work, also).

In the afternoon, history advances. I am teaching a course on Spanish technoculture, focusing on the impact of the digital revolution in Spanish literature. This is an adaptation from a graduate seminar I taught last semester, where we read work done by Agustín Fernández Mallo, Jorge Carrión, Javier Fernández and Vicente Luis Mora. This undergraduate class, however, won’t focus only on the so called Mutante writers, but moves beyond print to look at born-digital electronic literature. Since talking about Spain in the Web seems unnecessarily reductionist (if not virtually impossible, and pretty much unfruitful) we’ll be looking at a range of pieces created by writers and artists from Argentina, Perú, Venezuela… and evidently Spain (because I am a Peninsularist after all).

Summer ends.
Y hay un hombre en mi nevera.
A

Dos libros más de un verano que ya casi no, pero todavía sí (Isabel Cadenas Cañón y Vicente Luis Mora)

El verano se termina y me siento atrapada en esa sombra de lo que ya no. E invoco, sin quererlo, más de esas lecturas fortuitas que de nuevo se me revelan como inesperadamente complementarias. Hoy, que está nublado, se suman ambas en la descripción de una ausencia que como ese verano—que ya casi no, en una escueta semana no, pero—todavía sí.

 

Hace al menos tres meses que leí También eso era el verano de Isabel Cadenas Cañón y he necesitado el calor de agosto y un viaje transatlántico para poder darme cuenta de que sí, de que eso, efectivamente, también era el verano. Y ahora más. La primera vez que leí el poemario de la joven poeta terminaba la primavera, claro. E Isabel me compartió el texto antes de que estuviera publicado, me lo mandó por email. Empecé a leer y de la vergüenza tuve que dejarlo. Ese entrar por lo digital a un texto que evidentemente necesitaba de ser libro me hizo sentir como una intrusa, medio hacker. Fuera. Un poemario de materialidad tan cuidada que al leerlo desde el email me hizo sentir inoportuna, medio sucia, medio voyeur. Volví a casa a imprimirlo y con más cuidado, lo leí como el libro que era, en papel. Así se lo dije e Isabel, y rauda y certera como es, me dijo: chacha, imprímelo como booklet, si no, no.

 

Lo hice, y mejor.
Pero todavía no.

 

¿Cómo leer un libro que es en realidad un álbum fotográfico si no así? ¿Cómo leer el poema ecfrásico de aquellas fotos de verano si no así? Como booklet, bueno, pero incluso no.

 

Meses después me llegó el libro final a casa, empaquetado. Un álbum impreso. Eso es. Así sí. Cada página era por fin el reverso de aquel álbum de infancia y de verano; cada página reproduce una página de vida que ahora funciona por inversión. No hay imágenes, sólo texto. Las fotografías reveladas como la ausencia que siempre son, como huecos en el texto que ahora las abraza y comenta: enmarcando aquello que para la autora fue y que en la escritura controla al tomar posesión del tiempo y orden de lectura, pero que ya no. Hojas de verano, de pasado, de amor hacia una madre que todavía sí pero ya no, y la descripción de ese mundo inabarcable que existía cuando las fotografías se revelaban movidas, o con un dedo ensombreciendo la esquina izquierda. Un libro sobre lo que ya no, casi como la misma existencia de esas fotos impresas y esos álbumes que teníamos todos los nacidos en los 80 donde la vida se contaba en 20 o 30 imágenes. Más no.  

 

Miro atrás y pienso en que yo también puedo contar mi infancia en dos álbumes de fotos, uno de tapas verdes, otro azul. Más no. Y como el texto de Cadenas, el pasado está fuera de encuadre, cada página encapsula ese momento que es irrepetible, que no puede editarse cambiando filtros ni encuadres, porque no es una imagen digital. “Hoy ya no hay sombras en las fotos,” reza el texto recordándonos la manipulación que existe hoy tras cada imagen digital—tras cada intento de controlar la memoria—y También eso era el verano es su recuerdo irrecuperable, ensombrecido, pero que ya no. La ausencia como motivo generador de lo que ya no.  

 

Me acordé de este libro hermoso de Isabel la semana pasada según leía otro de esos libros regalo de verano en un vagón de tren—yo soy muy de tren y sólo lo cojo en España, qué le vamos a hacer. Barato no es. Volvía de entrevistar a Javier Fernández y a Vicente Luis Mora, y Vicente, por fin, encontró uno de esos ¿a que éste no lo tienes? Y mira, pues no. Leí Autobiografía (novela de terror) de un tirón en la hora y tres cuartos que separan Madrid de Córdoba en Ave y nada más abrirlo pensé, pues sí, también esto es el verano, leer poemario ecfrásico así, leer álbum impreso, leerse a uno y contarse a los demás, así, en verano. Describir lo que ya no. Y en el caso de Autobiografía contarse como adolescente, hastiado y aburrido como solían ser los veranos. Ese libro viejo, obra temprana de Vicente huele, inevitablemente, a calor, a desidia y a mucha juventud. A la genuina pose del adolescente que enmarca la impostación de lo que debería haber sido, de lo que quería ser. Un texto cuyos poemas también describen fotografías de una vida que ya no. Un texto distinto a los que hoy firma el escritor, sin duda, pero que a mí me sigue pareciendo hermoso como muestra de lo que todavía sí, pero ya no. 

 ————————–
Relación con los autores: a Isabel Cadenas la conozco y admiro, y hemos compartido buenísimos ratos; el trabajo de Vicente Mora lo llevo estudiando desde hace años y hemos coincido en distintos lugares del mundo

Tres libros de este verano y así (Cebrián, Bosch, y Carrión)

Yo no soy escritora
y así
a veces que veo que quiero escribir necesito leer algo que me permita entrar en esa habitación en la que leí una vez que vivían los escritores. Un empujón que me invite a entrar y hacer eso que leí una vez que Rivera Garza dijo que hacían los escritores que era crear una habitación. 

 

Y aunque no soy escritora, encuentromás y más, unas veces más que otrascosas que leo que inevitablemente me empujan hacia esa habitación en la que leí una vez que vivían los escritores.

 

Y este verano que ya casi se termina, pero aún no, he leído mucho.

 

Libros reservados para el calor ese de volver a Madrid y dormir sobre las sábanas sin tapar más que los pies con la ventana abierta al patio interior escuchando a los vecinos que son las dos y aun no duermen, y creo que les escucho hacer la cena, tan tarde, fríen algo porque chisporrotea el aceite; libros que leer sin necesidad de bolígrafo en mano (que, qué mentira, eso no ocurre jamás); o libros regalados (los mejores). Muchos libros y leerlos todos entre ratos, en los mismos ratos, sin orden, con prisa a veces, otras no.

 

La lectura simultánea de textos no planeados es algo maravilloso, una serendipity que se fuerza a veces, otras no, y hace que una teja—o por fin descubra—parte de esos lazos que inevitablemente unen todos los textos con las fibras de una misma. No se trata ya de entrar en la habitación, ni siquiera de crear cimientos; leer en verano, en trenes, en aviones, en camas de paso, en camas que antes fueron tuyas, con bebés en el regazo que tomas prestados para aliviar el peso a un amigo, con urgencia para devolverlo antes de que termine el viaje (el libro, no el bebé, que también), es sentarse al sol, en el medio de la sala, y ver cómo crecen las paredes de la recámara a tu alrededor.

 

La última semana de julio, digo, con el calor, en una Inglaterra valientemente calurosa y la España de siempre, resultó que estuve leyendo tres libros a la vez (cómo son las cosas) que yo pensaba que no tendrían nada que ver entre sí ni conmigo y que, sin embargo, resultaron tratar sobre muchas cosas pero, esencialmente, sobre mí. Esto, que yo pienso muy a menudo (porque suelo ir tirando para casa según leo), no suelo reconocerlo en público (porque el egocentrismo está mal visto), pero estamos en verano y hoy ando atrapada en una habitación sin aire acondicionado en el centro de Madrid. Y voy a hablar de mí. 

 

Digo que leí, por motivos bien dispares, tres libros durante esa última semana. El genuino sabor de Mercedes Cebrián, La familia de mi padre de Lolita Bosch, y Los huérfanos de Jorge Carrión—este último casi de extranjis, de regalo; no sale hasta septiembre, creo, pero no importa, porque esto no es reseña, sino teaser y tampoco este texto va realmente de libros sino de mí. A Bosch y a Carrión los leía con ese fin tan dudoso de lo utilitario que tenemos los académicos, a Cebrián porque siento que leerla a ella es como leer a todas las amigas españolas que he ido recolectando desde que vivo fuera de España, y esto es volver a casa, a un territorio sobre todo de verano. Y más este libro suyo nuevo, en el que me reconozco la obsesión tan española, que no se marcha al marcharte fuera, de apagar todas la luces de la casa y todo grifo abierto que pillo, un poco por miedo a la sequía y un poco por no gastar. Compré El genuino sabor a principios de mes, y se lo llevé a Inglaterra a mi madre, e inevitablemente terminé volviéndolo a leer para reírme con ella cuando ella lo hacía, ¿qué, mamá? ¿por dónde va Almudena ahora?

 

Leyendo a Bosch, que releo porque ya va siendo hora de escribir sobre esta mujer que tanto disfruto, pienso en que La familia de mi padre es, sobre todo eso, la familia de su padre, pero que ese su va cargadito de yo, y que ese yo al que se refiere ella, también me lleva a mí a pensar en el mío y me lleva a decirle a mi padre: I am not sure what I really think about this book, but I feel that if I ever were to write a book like this, I would like to do it just like this. A lo que mi padre me responde que claro, pero que no soy escritora, así que qué.

 

Y esto se lo digo sentados los dos en el salón leyendo en casa de mi abuela en el condado de Lancashire, mientras dejo un ratito a Bosch para terminar Los huérfanos de Carrión, porque aunque estoy pensando en mi familia, no dejo de pensar en ese Marcelo suyo. Y leo, y pienso en que qué de mí tendrá ese yo y termino el libro y decido escribir un email sobre mis huérfanos, que son los de Jordi, pero que son, claro, los de la familia de mi padre también. Y en ese email contaba cosas que tienen que ver con mi mitad española y mi mitad británica. Y con mi bisabuelo y con mi apellido alemán. Y creo que contaba algo de que mi abuelo, en vez de ser relojero, trabajó en una central nuclear. Y que él sí, sí nació en Inglaterra, en un pueblo del norte. Lo bautizaron como Christopher. También contaba que su hijo, mi padre, dejó el Reino Unido para vivir en España, y hace poco me contó que cuando se fue se prometió no volver hasta que Margaret Thatcher dejara el gobierno. Y no volvió, pero no por motivos políticos, sino porque conoció a una extremeña que como él acababa de llegar a Madrid.

 

Yo me marché a Estados Unidos y casi una década después voy a casarme con un norteamericano de madre canadiense (de la parte en la que todavía hablan francés) y si tengo hijos probablemente serán californianos. Lo más curioso de todo es que él, B., también lleva el Christopher en el middle name y tiene también apellido alemán. Resulta que el padre de su padre también dejó Alemania a principios del siglo pasado para irse a trabajar a una granja en Oregón. Crió a sus hijos como granjeros norteamericanos, y perdió una mano cercenada por un tractor. Todo esto lo cuento en un email, que era un poco como construir una habitación. Y me doy cuenta mientras leo Los huérfanos de Carrión, y lo cuento en ese email donde digo que todo vuelve (como en la reanimación histórica de su libro, por cierto) y que yo vuelvo inevitablemente al  “Christopher” que engendró a mi padre y al apellido alemán.
Y esta entrada de blog que empecé a escribir en un cuarto, de noche, en la casa de mis padres, la releo y corrijo ahora en un avión de vuelta a California y pienso que aunque yo no sea escritora, y este sea un texto que más que sobre leer o escribir trate sobre mí, qué buena cosa es esa de no ser escritora, y que qué necesario a veces resulta encerrarse y escribir.

_____

Relación con Bosch y Cebrián, ninguna. A Carrión lo llevo estudiando años ya y hemos coincidido en distintas partes del mundo. 

Sobre la forma espacial de la poesía y los macarrones

El hombre ordinario, común y corriente 

“falls in love, or reads Spinoza, and these two experiences have nothing to do with each other, or with the noise of the typewriter or the smell of cooking 

[pero] 

in the mind of the poet these experiences are always forming new wholes” (T.S. Eliot)

Para el postpoeta [y esta es mi cita favorita de AFM, la del macarrón, que me recuerda a tantas cosas bonitas que no describiré aquí porque no soy poeta]


“que practique la poesía postpoética poco le importa que a un verso neoclásico le siga la fotografía de un macarrón o una, en apariencia, incomprensible ecuación matemática si esa solución metafóricamente funciona” (Agustín Fernández Mallo) 

Funcionar, decía T. S. Eliot, es crear un todo, un todo espacial, en el espacio, y como estoy hablando de “funcionar literariamente” en el caso concreto de Eliot o Fernández Mallo, este espacio se confina a una página [de papel o no] al lado de los macarrones con chorizo, el amor de tu vida, el teclado [ahora sí, del ordenador] las gafas sobre la mesa, la oralidad [que Blogger cambia por “moralidad”] y el texto finalmente escrito [o no].

Para hacer esto, como dice Joseph Frank [curioso esto, durante la carrera yo salí con un murciano que se llamaba José Franco–desafortunado apellido, por otra parte]

“it would be necessary to undermine the inherent consecutiveness of language, frustrating the reader’s normal expectation of a sequence and forcing him to perceive the elements of the poem as juxtaposed in space rather than unrolling in time” (Frank)

En los años 40 Frank no hablaba de espacio sino figurativamente. Y en la edad de la imagen en la que vivimos, esta figuración ha tomado forma y figura real, y realmente vemos textos con imágenes esparcidas que materializan la experiencia de Eliot o Pound. Las distintas imágenes que para ellos funcionaban literariamente creando un todo, ahora realmente, literalmente, se materializan con distintas texturas y no sólo a partir de la evocación. Es como si todo con lo que las vanguardias o la literatura moderna experimentase se haya exacerbado en el batiburillo virtual de remixes y mashups.

Qué voy a decir yo más, sino que me encanta haber vuelto a España donde realmente hay gente que come macarrones con chorizo. Y con su cachito de pan.

A.

Tocar las cosas. Sobre Crónica de viaje de J. Carrión

photo+1
Carrión, Jorge. Crónica de viaje, 2009-2014

Yo soy muy de tocar las cosas. Mi madre siempre me ha dicho que soy muy tocona y recuerdo a los mayores diciéndome aquello de “no necesitas las manos para ver”, “mirar no es tocar”, y aquel repetido etcétera contra lo táctil, da igual que se tratara de un enchufe, del vidrio de la ventana, o de un desconocido. Hoy, afortunadamente, los amigos se quejan menos.

Sin entrar en pesadeces fetichistas sobre el olor de los libros —que jamás entenderé ¿cómo va a oler mejor la lignina que la lavanda o el beicon?— es cierto que me gusta tocar también los libros, que son objetos bonitos, que a veces ni los leo; los miro, los toco y tan a gusto. ¿Cómo era eso de don’t judge a book by its cover? Pues sí, pues eso, porque esa cubierta es parte de un cuerpo y hay libros, que si son verdaderamente libros y no sólo textos (al loro con esta afirmación, me van a echar a los perros) no pueden vivir fuera de sus cuerpos. ¿Cómo así? Me explico.

Hace unos años, cuando estaba escribiendo la tesis doctoral, leí no sé qué sobre un misterioso libro llamado Crónica de viaje de un tal Jorge Carrión. Yo de éste había leído “Búsquedas (para un viaje futuro a Andalucía)” en la antología de Ferré y Ortega, Mutantes: Narrativa española de última generación. Se suponía que estas “Búsquedas” habían sido apuntes para la otra Crónica, pero de este libro no se sabía nada. No estaba por ninguna parte, me dijeron que tenían una copia en la Pompeu Fabra pero que alguien la había robado, y finalmente acabé consiguiendo unas páginas escaneadas que me enviaron por email desde una universidad en la Costa Este en formato PDF. Meses después me llegó el libro prestado desde otra universidad norteamericana. Un año después, en San Diego, conseguí por fin el número 17 de 125. El objeto. El mío. El 17. Un cuaderno de dibujo de tapas negras. De páginas gruesas, como para pintar con carboncillo. En cuanto toqué aquel Crónica de viaje noté enseguida que se trataba, sobre todo, de un libro blando.

De aquellas “Búsquedas” quedaba poco, una relación intertextual si acaso. Crónica de viaje era otra cosa. Otro libro. Y aquel 17 era otro objeto casi independiente. Escribí un capítulo de la tesis. Di un par de conferencias. Seguí tocando mi libro blando y metiéndolo con cuidado en la mochila para que los bordes no se doblasen, bien resguardado entre mi espalda y, evidentemente, el ordenador portátil.

Ayer por la tarde me llegó otra Crónica de viaje al buzón del despacho, también de Jorge Carrión. Es como mi 17 pero es otra cosa. Y lo digo en todos los sentidos con los que se pueda interpretar eso de “ser otra cosa”. Se siente diferente, se mira distinto —y no, y no que importe tampoco, pero nada tiene que ver con el olor del 17. La cubierta ya no es negra como un monitor de PC, sino que es plateada como un MacBook Air. Como si los libros, cual portátil de Apple, tuvieran una vida limitada de tres a cinco años. Y ahora el texto de Carrión tiene otro cuerpo. Lo reconozco, veo mi 17 por ahí, pero como pasa con cada objeto —los producidos masivamente también, claro—, cada copia es única y ninguna es la misma. ¡Y qué decir cuando se trata de dos objetos completamente distintos!

Esta crónica ocupa otro espacio. De nuevo, digo espacio en todos los sentidos que pueda tener ese “ocupar otro espacio”. Si mi Crónica emergía “a medio camino entre la obra digital más innovadora y el tradicional códice impreso” (como dice en esta Crónica que digo) esta nueva Crónica reincide en eso, y hace más. La tensión que en 2009 se establecía entre Google —y nuestro acceso a él a través de su interfaz de parque temático (Carrión dixit)— y la narrativa tradicional —y nuestro acceso a ella a través de la página y el libro—, ahora esa tensión parece extenderse al cuerpo total de ambos. Crónica de viaje en 2014 no refleja las pantallas de Google en páginas de papel, sino que dialoga con ese otro cuerpo más amplio, el del ordenador portátil que acoge la pantalla donde se traduce visualmente el buscador como interfaz. Crónica de viaje en 2014 es más. Reconozco mi 17, pero aquí hay más. Se me ocurre que podríamos hablar acaso de una actualización de software, pero claro, de un programa que al actualizarlo hiciera que al ordenador le creciera una oreja, por ejemplo. El texto en sí —¿qué es eso?— quizás no haya cambiado tanto, pero Crónica ahora incluye un teclado, cuyas letras van apareciendo según avanzamos la lectura, y nos obliga a rotar el libro, a abrirlo como si precisamente no fuera eso, sino el objeto que imita: el ordenador portátil.

Carrión, Jorge. Crónica de viaje. Aristas Martínez, 2014
Carrión, Jorge. Crónica de viaje. Aristas Martínez, 2014

Pero esto no es un ordenador y sus páginas no son pantallas. Crónica de viaje en 2014 no muta, como tampoco lo hacía mi ejemplar 17. Y como aquel, tampoco sé lo que es éste todavía. Un remake, quizás. Definitivamente no un ordenador, pero quizás tampoco sea sólo un libro.

Presionas las teclas y nada cambia. Es otra cosa. Y yo soy muy de tocar las cosas.

A